domingo, 11 de noviembre de 2007
La necesidad de cultura
El querer tocar el cielo con las manos a través de aquel sueño menemista de "remontar" a la Argentina al autodenominado Primer Mundo, nos sacudió en medio de una pesadilla en la que los impulsores del neoliberalismo en nuestro país no fueron los que sufrieron las desventajas. Aquel sueño dorado llevó a la aplicación de medidas de ajuste sin discutir sus consecuencias y sin analizar si el país, en todos sus ámbitos, estaba preparado para el cambio. Al menos en su carta de presentación, las nuevas reglas anunciaban sólo beneficios.A la vuelta de la esquina, aquellas medidas impulsadas por organismos internacionales llevaron a la pauperización de la clase media y a la profundización de la brecha entre ricos y pobres. Un efecto de anestesia social actuó sobre los argentinos: muchas más familias sólo pensaban en cómo poder vivir el día a día, se rompió aquella aspiración de superar la condición económica y cultural que caracteriza (por suerte todavía) a la clase media.
A principios del 2006, el mismo Banco Mundial reconoció que el crecimiento registrado en los países en desarrollo mientras implementaban programas de ajuste, no favorece a los pobres. Y agrega que durante la implementación de esos ajustes, el crecimiento fue menos favorable a los pobres que en las economías que no aplicaron aquellos programas. Esa conclusión del Banco Mundial claramente puede ejemplificarse con lo sucedido en nuestro país, donde en los últimos años la población ocupada aumentó y el PBI creció aceleradamente, pero la distribución del ingreso siguió concentrándose en el vértice superior de la pirámide social.
Incluso la mejora de los salarios registrada el año pasado no beneficia todavía a los más desprotegidos: si bien en 2006 los salarios informales crecieron un 21,9 por ciento, desde la devaluación en 2002 estos sueldos sólo se recuperaron un 67 por ciento mientras que los salarios formales crecieron un 130 por ciento.
John Week, investigador de la Universidad de Londres, afirmó que el crecimiento es un instrumento endeble para terminar con la pobreza y que cuando un país logra reducirla es porque cuenta con políticas claras para hacerlo. En la misma línea, se expresó Arne Bigsten, de la Universidad de Gotenburgo, Suecia, al señalar: "No existe una relación constante entre crecimiento y cambios en la desigualdad social. Los países que combinaron un rápido crecimiento con una mejor distribución de los ingresos lograron reducir la pobreza más rápidamente".
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